Por Pablo Huerta.
Lugares remotos, aislados, fríos y extraños parecen ser el escenario ideal para filmar una película de terror. Sin embargo, no hace falta
recurrir a la ficción para saber que allí se pueden perpetrar historias que erizan la piel. Basta con observar lo sucedido, con conocer tres historias de asesinos con un corazón tan gélido como el ambiente que los cobijó.
ROBERT HANSEN, EL CAZADOR DE HUMANOS DE ALASKA
Robert Christian Hansen nació en 1939, en Estherville, Iowa, con la poca fortuna de que su padre lo obligó a trabajar desde temprana edad durante largas jornadas en el negocio familiar. Su suerte no mejoró en la adolescencia cuando, víctima de un severo acné y su tartamudeo, fue el blanco de las bromas y el rechazo de sus compañeras.
En su adultez, su vida pareció dar un giro y en 1960 contrajo matrimonio. Pero algo en él no estaba bien. Por rencillas contra pobladores locales quiso incendiar el garaje de la escuela y un empleado suyo lo delató. Pasó 20 meses en prisión y su entonces esposa le pidió el divorcio.
Al salir no tardó en volverse a casar y llegó a tener dos hijos. Pero comenzó a robar, no por necesidad, sino por la emoción momentánea del hurto. Lo pillaron varias veces y, aunque no lo denunciaron, se vio obligado a mudarse junto con su familia.
El nuevo hogar elegido fue Anchorage, Alaska. Allí reincidió en el robo y estuvo tras las rejas cinco años. En prisión se le diagnosticó un trastorno bipolar. Sin embargo, al salir su vida cambió drásticamente. Se convirtió en un afamado cazador, que obtuvo varios trofeos, lo que le dio mucho prestigio a nivel local. La gente ignoraba que este singular hombre bajito y fervoroso padre de familia era en realidad un asesino de bailarinas y prostitutas.
Gracias al auge del petróleo en la zona, numerosas señoritas llegaban buscando ganar dinero con su cuerpo. Justamente, cuerpos era lo que aparecían de tanto en tanto; cadáveres ya descompuestos que no siempre se podían identificar.
Con la colaboración del FBI y las pistas de una víctima que logró escapar dieron con el paradero de Hansen. Acorralado confesó los crímenes y negoció su estadía en prisión. Su modus operandis era contratar los servicios de una meretriz y luego amenazarla con un arma para violarla hasta el cansancio en una casa perdida en medio de los nevados bosques de la región. Su voluntad final era soltarlas y cazarlas con un cuchillo o con escopeta cual animal.
La justicia lo declaró culpable de cuatro homicidios sobre los que Hansen aportó datos a cambio de poder permanecer en una prisión federal y fue sentenciado a 461 años de cárcel sin derecho a libertad condicional. Se estima que en verdad el total de víctimas podría superar la decena. Aún hoy hay cuerpos sin identificar.
MATTI JUHANI SAARI, EL SILENCIOSO ASESINO DE KAUHAJOKI
Matti Juhani Saari, nació en 1991, en Kauhajoki, una ciudad aislada de la confinada Finlandia. Sin rasgos de haber tenido una niñez o una adolescencia sórdida, el asesinato de diez personas en su escuela responde a necesidades internas muy distintas a las que tuvo Hansen.
De personalidad callada y nada problemática, este estudiante de 22 años de edad no había construido ninguna máscara social. Desde tiempo antes de la matanza ya dejaba vislumbrar la atrocidad que podía llegar a cometer, gracias a escalofriantes videos que subía a YouTube, hablando en contra de la humanidad y mencionando a su pistola Walther P22 como un arma de salvación.
Esta actitud alertó a las autoridades, que decidieron arrestarlo para su interrogatorio. La falta de mérito lo puso en libertad. En sí, no estaba cometiendo un delito. Desde los 19 años tenía licencia para portar armas y su defensa airada por el uso de estas tampoco sorprendía en Finlandia, el tercer país con mayor cantidad de armas por persona –dada la tradición de la caza–, detrás de Estados Unidos y Yemén.
Saari preparó el ataque durante seis años sin que nadie se percatara de ello. Simplemente se dedicó a desarrollar un carácter nihilista, que culminó con un ´mensaje de odio´ en su habitación de la residencia de estudiantes donde vivía cerca de su escuela de formación profesional.
Luego de escribir su despedida, a media mañana del 23 de septiembre de 2008, irrumpió enmascarado en su escuela con su arma, explosivos y productos químicos. Primero a alumnos de su propia clase, con quienes se diría luego que no tendría buena relación, y luego arremetió contra la directora y quien se cruzara en su camino. Antes del acto final provocó un incendio y, posteriormente, se disparó en la sien.
Nueve cuerpos de las víctimas quedaron calcinados. Algunos de ellos –ocho mujeres y un hombre– no murieron por los disparos, sino por intoxicación del humo.
Varios amigos de la infancia lo recordaban como alguien solitario, a menudo objeto de burlas. Saari era alguien corriente, aunque su fascinación por las armas y por las matanzas escolares no había pasado desapercibida. En la primavera (boreal) de 2007, Saari se sintió cautivado por los mensajes de Seung-Hui Cho, el joven que mató a 32 personas en la universidad estadounidense de Virginia Tech.
En su último video, días previos a la masacre y luego de ser liberado por la policía, disparó en dirección a la cámara y dijo en inglés: “Tú serás el próximo en morir”.
LA FAMILIA ZIMBOVICH, LOS CANÍBALES DE ROSTOV
Rostov es ese lugar a donde no querrías ir de vacaciones. No sólo no tiene nada atractivo por ser una zona fabril con interminables bosques, sino que también fue el hogar de Andrei Chikatilo, el asesino serial más infame de Rusia. Su legado parece haber dado lugar a que otras mentes perversas descarguen su ira y no son pocos los asesinatos que suceden. Uno de los más recientes ocurrió en el seno de la familia Zimbovich.
La historia empezó cuando Sergei Zimbovich, de 19 años de edad, le robó un equipo de música a su primo Mikhail Sherement, de 26. Éste lo denunció y el 3 de noviembre Sergei fue condenado a una pena de 18 meses en suspenso por el delito. Para zanjar las diferencias, días después, la víctima invitó a su primo a su casa. Sergei llegó acompañado de su hermano menor Igor, de 16 años. Una botella de vodka pareció la excusa perfecta para limar asperezas. Pero parece que no fue la mejor idea, porque la charla acabó en discusión y los hermanos estrangularon a Mikhail.
Según la versión policial, a la hora de deshacerse del cuerpo decidieron trocearlo para esparcir más fácilmente los restos. En eso estaban cuando apareció la madre de ambos, Nadezhda Zimbovich, de 38 años. ¿Qué hizo? ¿Se desmayó, los castigó, los denunció? No, al parecer tuvo una solución mucho más original: comerse los órganos del muerto. Así fue que le quitaron el hígado y el corazón a Mikhail y se los comieron fritos con patatas. Después, metieron lo que quedaba en una bolsa de plástico y la tiraron en las afueras de Krasny Sulin.
Unos buscadores de setas encontraron el cadáver al día siguiente. Y pudo ser identificado a pesar de la atroz labor previa con él. La conexión con el robo llevó al arresto de Sergei, que acabó confesando su mórbida obra.
Los hermanos enfrentarán una causa por asesinato y su madre continuará en libertad. El canibalismo no es un delito tipificado en Rusia y, como los autores del crimen eran sus propios hijos, no le corresponde el cargo por encubrimiento debido al grado de parentesco. Se rumorea que va a abrir un restaurante.
Las regiones donde el frío manda han dado lugar a increíbles historias, conoce algunas más con la nueva serie “Bajo Cero”, de estreno el miércoles 9 de abril a las 9PM.